No podemos olvidar que, si buscamos el significado emocional de la #esclerosismultiple encontramos que: ”Una persona afectada de esclerosis tiene su sistema inmunitario atacado, porque hay deterioro del tejido conjuntivo. Esta inflamación provoca una especie de energía ardiente que hace brotar la rabia largo tiempo reprimida. Se endurecen los tejidos, esto sugiere el endurecimiento de mis pensamientos, actitudes, creando así un desequilibrio en el plano energético.”
Si recuerdas el momento en el que tuviste el diagnóstico de #autoinmunidad , piensa en cómo estabas “interiormente” en ese momento. ¿Había algo que te mantenía rí[email protected]? ¿Eras -o sigues siendo- inflexible?, ¿querías hacerlo explotar todo?, ¿no podrías más?
No te martirices si la respuesta es un rotundo “sí”. Todos somos humanos y estamos en este “work in progress”.
Pero lo bueno es que la vida te está dando señales de aviso, nos está diciendo: “ey, cambia, hay mucho que puedes hacer para recuperarse y sanar”.
Esto no es una sentencia de muerte, más bien es una invitación al cambio que nos muestra que hay un catálogo de posibilidades a nuestra disposición, si estamos dispuestos a cambiar.
Muy útil en diagnósticos de Esclerosis Múltiple y otras enfermedades autoinmunes, en general, en la vida
Te puedo ayudar, contáctame.
MULTIPLE SCLEROSIS CHALLENGE: RIGID OR FLEXIBLE?
We cannot forget that, if we look for the emotional meaning of #multiplesclerosis, we find that: “A person affected by multiple sclerosis has their immune system attacked, because there is deterioration of the connective tissue. This inflammation causes a kind of fiery energy that brings out long-suppressed rage. The tissues harden, this suggests the hardening of my thoughts, attitudes, thus creating an imbalance in the energy plane.”
If you remember the moment you had the diagnosis of autoimmunity, think about how you were «inside» at that time. Was there something holding you back? Were you -or are you still- inflexible? Did you want to make everything explode? Couldn’t you do more?
Don’t beat yourself up if the answer is a resounding «yes.» We are all human and we are in this “work in progress”.
But the good thing is that life is giving you warning signs, it is telling us: “hey, change, there is a lot you can do to recover and heal”.
This is not a death sentence, rather it is an invitation to change that shows us that there is a catalog of possibilities available to us, if we are willing to change.
Very useful in diagnosis like Multiple Sclerosis and other autoimmune diseases And, in general, in life
I can help you recover your health and well-being. Contact me.
(Jose Segurado is a Health & Life Coach certified by the Institute of Integrative Nutrition in New York. He has recovered from a diagnosis of Multiple Sclerosis since 2014, taking action in all areas of his life that were unbalanced).
Si queremos avanzar en nuestra recuperación de Esclerosis Múltiple u otras enfermedades auto-inmunes, es básico tener una visión global y contar con la ayuda de un buen equipo.
He pensado muchas veces: “puedo hacerlo yo solo, puedo hacerlo yo todo”. Y, aunque es cierto que es bueno que seamos autosuficientes e independientes, no somos Todopoderosos. Ni falta que hace. Además, sería muy aburrido.
Hace unos días he tenido una experiencia que me ha hecho verlo más claro aún. Mientras estuve viviendo en Panamá, estaba un día entrenando en el gimnasio e hice un mal movimiento. Me quedé literalmente “clavado”. Pensé que se me pasaría en seguida, pero estuve dos semanas sin apenas poder caminar. Echando la vista atrás, ya me había pasado un par de veces antes, siempre entrenando solo. La primera, hace unos cuatro años, mientras hacía Peso Muerto (juré no volver a hacerlo, o en su defecto, aprender a hacerlo correctamente, cosa que aún no he hecho). La segunda, hará un par de años, haciendo otro “movimiento tonto”. En ambas ocasiones me duró tan solo un par de días. Pero esta vez se alargó mucho más de lo normal…
Tomé antiinflamatorios, relajantes musculares, me hice masajes, muchas cremas… pero la cosa no evolucionó muy favorablemente. Cuando estaban finalizando los tres meses que viví allí, el dolor intenso había pasado, pero había quedado un pinzamiento constante encima del muslo derecho, y solo era capaz de caminar sin dolor durante unos veinte minutos. Volví a España, y parecía que la cosa había mejorado (aquí es todo mucho más plano y caminar resulta más sencillo). Pero seguía andando bien un máximo de veinte minutos, luego comenzaba el dolor.
Más tarde llegó la Pandemia Mundial del Covid (¡nadie lo podía esperar!), y más tarde se permitió salir una hora a hacer deporte. Entonces me di cuenta de que nada había mejorado: el dolor era muy intenso y a partir de los cincuenta minutos andando, arrastraba la pierna. Sabía que algo no andaba bien. Pero me resistía a buscar ayuda externa, los miedos comenzaron a aflorar: a ver si va a ser algo del diagnóstico de Esclerosis Múltiple. Pensaba: “seguro que me estoy poniendo peor, seguro que esto ha avanzado”. Durante unas semanas, mis miedos alcanzaron cuotas estratosféricas. Me voy a poner enfermo, no voy a poder caminar ni hacer deporte, incluso la silla de ruedas apareció por mi mente. Pero, “casualmente” (creo que no existen las casualidades), una amiga me recomendó un fisioterapeuta de confianza.
Durante la visita, vio claramente que el problema no venía del lado derecho, sino que era un reflejo del lado izquierdo. Tenía muy tocado el psoas y el piramidal, fruto de un acortamiento de los isquios y los gemelos. ¿Quién me lo podría haber dicho? ¿Cómo lo podría haber sabido? Por mucho que buscase respuestas por internet, por mucho que me diese masajes donde me dolía, el problema no veía de ahí, y solo unos ojos expertos y externos lo podían ver. Hicimos varias sesiones e incorporé unos estiramientos en mi día a día, y la cosa mejoró.
Esta experiencia, que para algunos podrá parecer insignificante, es algo que he visto repetido en multitud de ocasiones en las personas a las que acompaño en su recuperación de Esclerosis Múltiple o de otras enfermedades autoinmunes. Normalmente, todo se achaca al diagnóstico o a la enfermedad. Muchas veces, cuando estás en la consulta del doctor de medicina tradicional, cualquier malestar que reportes se va a relacionar directamente con el diagnóstico base. Lo hacen los médicos y lo hacemos nosotros. Sin pensar un poco más allá, sin pensar de muchos malestares pueden venir de gestos y movimientos repetidos en el día a día, o de maneras de pensar y actuar que puede que no sean las que más nos benefician. Es por eso que tener una visión holística es algo que creo imprescindible.
Creo que es bueno que nosotros mismo nos comprometamos a buscar nuestra mejor salud, nuestra mejor versión. Y que le echemos todas las ganas, toda la fuerza para estar mejor. Pero muchas veces no podemos solos. Necesitamos guías, de muchos tipos. Amigos, apoyo emocional o espiritual, un fisioterapeuta, un médico, un coach de salud, un osteópata, un entrenador personal… por mencionar todos aquellos que me vienen a la mente que me han ayudado en mi camino de recuperación.
En la medicina alopática, no se puede hablar de cura de las enfermedades crónicas. Esto es la misma concepción de las enfermedades crónicas. Es algo que “siempre vas a tener”, y el enfoque que se ha dado para su tratamiento es tomar una pastilla cada día. No reniego de la medicina tradicional, pero creo que puede representar aproximadamente un diez por ciento de la aproximación global y holística que podemos hacer a nuestra salud. Una pastilla “sola” no cura. Tenemos que ver qué “isquio” o qué “gemelo” nos ha llevado a la situación actual. Y para hacerlo, partiendo de nosotros mismos, siempre va a haber profesionales con una visión más global que nos puedan ayudar a conseguir nuestros objetivos.
Es mi mayor deseo que nos empoderemos y que seamos capaces de abrazar una versión mejorada de nosotros mismos, que se acerque a lo que siempre hemos querido y creído de nosotros mismos.
Compartimos hoy el impactante y esperanzador testimonio de Jose Segurado, en el que relata cómo cambió su estilo de vida para superar la Esclerosis Múltiple, que han publicado nuestros amigos de Noticias Positivas.
Jose demuestra cómo con voluntad, determinación y confianza, se le puede dar la vuelta a una de las enfermedades más terribles que hay en nuestra sociedad y que, generalmente, es diagnosticada como incurable.
Cuando le diagnosticaron esclerosis Jose se resignó a aceptar que comenzaba el fin de se vida. Decidió con un gran empeño y tesón cambiar sus hábitos de vida, desde la alimentación, cambiando “productos” por alimentos, hasta los productos de higiene personal.
Poco a poco fue sintiéndose mejor y hace dos años y medio que no ha vuelto a tener síntomas, ni siquiera sus médicos pueden explicar qué pasó… ¡Todo un ejemplo de superación personal!
Hace 3 años
“De repente” me siento extraño. Se me duerme un brazo. Se entumece mi pierna. No noto una circunferencia de piel bajo el pectoral. Pierdo el oído. Me mareo. No tengo equilibrio. No puedo leer ni estudiar. No puedo tener relaciones sexuales completas. Me orino encima varias veces. “De repente” decenas de pruebas médicas. Electrocardiogramas. Análisis de sangre. Tac. Resonancia Magnética. Punción lumbar. “De repente” un diagnóstico que te abofetea, te lanza al suelo y promete como un tacón en tu cuello que va destrozarte la vida sin piedad. Esclerosis Múltiple.
Más de 30 lesiones en el cerebro y otras tantas en la médula espinal. Algunas de más de 11 milímetros. Habrá que empezar en breve con medicación fuerte. Es muy probable que en unos meses tengas dificultades para caminar. Acostúmbrate a esta nueva vida. Aprende a vivir con ello. Resignate.
O no.
Viajemos más de diez años atrás en el tiempo
Con 20 años soy pura pasión. Pero no por tener 20 años. Es que la pasión forma parte de mi ADN. Es lo que me hace querer viajar, crear, escribir sin parar, actuar, cantar, aprender constantemente, amar los idiomas, conocer, besar, amar. Pero son momentos también de elegir. Y elijo, muy inteligentemente. Elijo una carrera como se “debe”. Y luego un trabajo como “tiene que ser”. Y ascender. Y cambiar de puesto. La estabilidad. Un contrato fijo. La panacea. Y me sobra algo de dinero cada mes para tener mis aficiones y permitirme una escapada al extranjero de vez en cuando. Qué buena vida llevo. Soy la envidia de tantos. Soy capaz de compaginarlo todo: la pasión y la razón.
Pero poco a poco me voy llenando de rabia. Porque se puede mentir a todos los demás. Pero nunca te puedes mentir a ti mismo, aunque lo intentes muchísimo. Cada vez quiero llegar más lejos. Ganar más. Producir más. Vender más. Cada vez hay más control, querer hacerlo todo, tenerlo todo. Porque “más” me va a hacer quererme, aceptarme y valorarme más. “Más” siempre es más, ¿no? Pues no. “Más” sólo es más rabia, más enfado, más ganas “de matar”, de escapar, por estar llevando una vida que no quiero llevar, que no me hace feliz. Pero no puedo escapar. No puedo marcharme a ningún lugar. No puedo correr, no puedo huir.
Pero necesito escapar. Necesito romperlo todo. Necesito vaciar, vomitar. O vacío o exploto por dentro. Y el sexo es una manera muy barata y fácil de hacerlo. Qué divertido es drenar la rabia por esa vía. Ser duro, ser agresivo, tener el control. Te sientes en la gloria justo antes de sentirte aún más vacío. Pero da igual. Porque aunque me siente mal, al día siguiente vuelvo a buscar más. Pero lo que antes podía calmar con uno, ahora necesito varios. Y más duro.
Con el tiempo ya deja de tener gracia. Cada día, después de cada uno de esos encuentros, la cabeza empieza a doler, la coordinación se empieza a ir, no tengo orientación. O acabo con esto o esto acaba conmigo. Me va a pasar algo.
Recibo la hostia más grande que me ha dado la vida.
Los Dos Últimos dos años y medio
Una pequeña voz entre todo el ruido de la desesperación me dice que si soluciono todo este caos en el que me he metido día a día volveré a mi esencia y a estar bien. Pero es muy difícil escuchar una voz tan suave en medio de una tormenta. Pero lo sé. Mi intuición es demasiado fuerte. Empiezo a buscar en Internet casos de recuperación. Hay decenas. Qué suerte tener la información tan a mano, aunque no te puedes quedar con la información de la primera página del buscador. Y las historias no pueden ser más parecidas a la mía. No creo en las casualidades.
Empiezo por lo más sencillo, lo más a mano. Cambio la dieta de manera radical. Dieta casi vegetariana: frutas, verduras, cereales integrales, germinados, frutos secos, legumbres y pescado azul y blanco de tamaño pequeño. Fuera los E’s, los empaquetados y los precocinados. Estamos acostumbrados a comer basura. Todo está escrito en la Red, sólo hay que saber buscar, querer y decidir hacer el cambio. No es fácil, porque lo más accesible es lo menos sano. Pero tampoco es tan difícil. Hay tiendas de comida ecológica, mercados de proximidad, hay más lugares para abastecerse que nos sean los supermercados tradicionales. Comida de verdad, lo que sale de la tierra, no productos alimentarios. También descubrí el mundo de las plantas medicinales y la fitoterapia. Hierbas como como el Ginko Biloba, la Pasiflora, el Foti, la Maca, el té de kombucha, el aceite de lino… abrieron en mí un nuevo mundo de posibilidades. En tres meses la mejora fue más que notable.
Huyo de los tóxicos. Sustituyo los productos de higiene personal tradicionales por otros más naturales. Sin aditivos, sin parabenos. Pasta de dientes sin flúor, jabón de pastilla tradicional… Todos los detergentes tradicionales se van a la basura y el vinagre, el bicarbonato y el limón toman el control de la casa. Sustituyo las amalgamas dentales compuestas por mercurio por otros libres de éste. Me desintoxico de metales pesados con cilantro y alga chlorella.
Continúo con la meditación para acallar esta mente que no para de hablar. Quince minutos por la mañana y quince por la noche. Cientos de pensamientos de aparente vital importancia aparecen sin cesar. Hay que hacer esto, voy a ser como aquél, tengo que cambiar lo otro. Se les permite estar y se les deja marchar. Y, de mientras, me gusta visualizar escenas de una buena vida o repetir un mantra. Con la meditación he dejado de ser mi peor enemigo y he vuelto a caerme bien. A ver mi esencia y a quererla. No hay que luchar contra nada, no hay que convertirse en nada. Sólo hay que ser uno mismo. Tan sobada esta frase, pero tan cierta.
Ya me encuentro mucho mejor, quiero tomar las riendas de mi vida.
Decido tener valor y dejar de dedicarme a algo que me da dinero, pero que no realiza mi potencial y mis anhelos ni me acerca a ellos. Es duro a veces. La cantidad de dinero es distinta cada mes. No sabes qué proyecto llegará ni cuál caerá. Pero también me hace estar vivo. Cada día, cada minuto. Hay momentos en los que todo parece una mierda, pero eso es estar vivo también, ¿no? A veces he dudado, pero en cuanto conecto con mi esencia recuerdo que la clave es ser coherente con uno mismo y hacer lo que te gusta y aportar a la sociedad.
Descubrí la orinoterapia. Beber la primera orina de la mañana para estar bien. Al principio produce muchísimo asco, creo que más que nada por el condicionamiento social que hemos recibido a lo largo de toda nuestra historia, por pensar que se trata de un residuo tóxico. Pero, de nuevo, buscando en Internet comienzo a descubrir expertos en la materia, estudios médicos, al Dr. Nakao, testimonios… y comienzo a ver más allá. De hecho, la orina no es un residuo, sino más bien se trataría de una suerte de sangre purificada por el riñón, con más de 1300 sustancias beneficiosas para el organismo. Hormonas, antiinflamatorios, antibióticos, vitaminas y minerales, y un largo etcétera. Una vacuna especialmente creada para ti, en la dosis exacta que necesitas. A los pocos días comencé a notar una fuerza renovada, una energía vital, una piel mejorada y una mente calmada y centrada.
Y hace tiempo, hace mucho tiempo ya que no hay síntomas. Que todo ha desaparecido. Nunca he tomado medicación, hace más de dos años que no tomo ninguna pastilla. A veces me parece que fue hace siglos y a veces que fue el otro día. Y mis médicos no se explican qué pasó. Pero yo sí lo hago, y no es por querer ser soberbio. Es porque tengo certeza y porque decidí hacerle caso a mi intuición, a la que antes siempre quise acallar.
Es casi obsceno oír que “no hay nada que hacer”. Es casi diabólico. Todo esto está documentado, está escrito en cientos de lugares. No es nada nuevo, no es estoy descubriendo nada nuevo. Simplemente lo he puesto todo junto, lo he aplicado, me lo he tomado en serio y me he escuchado. Todo es prácticamente gratuito, inocuo y recomendable para todo el mundo, con diagnósticos o sin ellos.
Y lo más importante. Sé (no lo creo, lo sé) que me recuperé porque decidí elegir vida y tomar la riendas de ella. Y espero que muchos más lo puedan hacer.
«Incluso los impostores están llenos de verdad. Incluso aquellos que a veces no somos tan perfectos como quisiéramos somos increíblemente maravillosos. Y cada vez que paso por delante de un espejo aprovecho para decírmelo…»
No sé si os ha ocurrido, pero me ha alegrado leer en varios artículos que es algo más común de lo que pensamos. A veces siento que soy un impostor. Un fake. Cuando acompaño a personas a que se escuchen más, coman mejor, vean en qué les está diciendo su cuerpo y sus síntomas que “tienen que cambiar el chip”, muchas veces me digo: “¿Y tú? ¿Ya estás haciendo lo que predicas?” Y habitualmente la respuesta es que no tanto como me gustaría…
Cuando esto me pasa, inevitablemente, me siento decepcionado conmigo mismo y me infravaloro. Pero, al rato, aparece una vocecita (como un angelito bueno, el de la intuición) que me dice: “tienes derecho a no hacerlo bien a veces, eso te va a recordar que te puedes levantar y volver a hacerlo bien”. Y es que muchas veces somos nuestros peores enemigos y nos tratamos de una forma intolerable. ¿Qué le diría yo a alguien que me contase que se siente así consigo mismo? Indudablemente, que se tratase bien y viese todo lo bueno que hay en su interior.
En realidad, ayudo a personas con Esclerosis Múltiple u otros diagnósticos autoinmunes a hacer cambios para que su salud mejore por un motivo muy egoísta. Tengo una agenda oculta. Ellos no lo saben, pero son ellos los que me están ayudando a mí. Son como mis entrenadores personales. Me hacen estirarme más allá de mis propios límites, de donde yo llegaría por mí mismo. Me hacen dar el “extra mile”. Si no les tuviese a ellos, no investigaría más. Repetiría simplemente lo que me funcionó a mí en mi recuperación, pero inevitablemente lo olvidaría y caería en malos hábitos cada cierto tiempo. Y a veces lo hago. Pero ahí están ellos para recordarme que la recuperación y la sanación son caminos posibles. Que a mí me ha pasado. Y que veo como constantemente ellos mejoran.
Y es que muchas veces el perfeccionismo es voraz. Es algo que no nos cansamos de ver en autoinmunidad, de hecho ya hay algo que se conoce como la psicología o el patrón psicológico autoinmune. Una necesidad extrema de ser siempre el mejor, el más perfecto (signifique eso lo que signifique), el que hagas más, el que venda más, el que obtenga las mejores calificaciones. Como si más siempre fuese más. Olvidamos que muchas veces, quizás la mayoría de las veces, menos es más. Si no hacemos tanto, si a veces fallamos, ¿es tan grave? Yo ahora sé que no. Es mejor simplemente darnos cuenta de nuestros errores, ver cómo podemos corregirlos, y seguir adelante. Sin culpas absurdas que no nos ayudan en nada.
Nunca lo vamos a hacer todo bien. No porque no seamos lo suficientemente buenos, sino porque simplemente es imposible. Nadie puede hacerlo todo bien, y además sería aburridísimo. A veces me doy cuenta de que no estoy comiendo todo lo bien que “debería” (¡me acabo de dar cuenta de que he usado el horrible “debería”!), bueno, mejor dicho, todo lo bien que querría. Otras veces veo que no estoy entrenando lo suficientemente bien (como ahora, en la cuarentena). Y miro Instagram y veo a todas las personas que parece que tengan un gimnasio instalado en sus casas, o que se estén preparando (con éxito) para un campeonato de triatlón. Y pienso: “¡yo no estoy a su nivel, no llego, soy un fake!” Pero es tan dañino, y tan absurdo. Perfectos a ojos de quién, bajo qué criterios. Os planteo una reflexión. ¿Por qué amáis a vuestros mejores amigos? ¿Porque son perfectos? ¿Porque no les sobra un gramo de grasa? ¿Porque siempre están alegres? Me atrevería a decir que no. Seguramente amáis a Luisa porque con ella puedes decir 20 veces la palabra caca y pedo y te mueres de la risa. O amas a Vanesa porque puedes hablar horas con ella y no os juzgáis. O amas a Tony porque en él ves una especie de Spider Man inseguro.
Y todo eso te hace mucha gracia, y te parece lo más “cute” del mundo. Y no quieres que cambien ni un ápice. Quieres su pack completo. Porque esto también va (y mucho) de aceptar nuestras “taras”. De tomar todo el paquete completo. Porque con la misma intensidad que a veces vamos a amar a alguien (o a nosotros mismos) en un 100%, a veces vamos a no soportarlo (nos) en un 100%. Y, o empezamos a tolerar eso, a tolerarnos, o estamos perdidos. Y como cada vez más la ciencia comienza a aceptar que estamos hechos para vivir bien hasta los 120 años, más nos vale comenzar a hacerlo de la mejor manera posible. Todos somos impostores algunas veces, y todos somos lo más auténtico también dentro de nuestras falacias.
No sé si habréis visto el primer capítulo de la serie “Veneno” sobre la vida de la transexual española más famosa de la televisión en los años 90’s. Os la recomiendo mucho. En los primeros instantes aparece en pantalla: “Esta historia está basada en las memorias de Cristina Ortiz, La Veneno, y en los relatos de algunas de las personas a las que ella cambió la vida. Como en todas las historias que provienen de la memoria, hay algo en ella de realidad y algo de ficción. Y como en todas las historias de ficción, hay algo en ella profundamente verdadero”.
Incluso los impostores están llenos de verdad. Incluso aquellos que a veces no somos tan perfectos como quisiéramos somos increíblemente maravillosos. Y cada vez que paso por delante de un espejo aprovecho para decírmelo mirándome fijamente a los ojos, porque muchas veces necesitamos “fake it until you make it” para que se convierta en una realidad. O para que se me materialice lo que ya está. Te invito a que, si te apetece, tú también lo hagas. Todo lo mejor.
«Constantemente vivimos en una perpetua discusión entre nuestros consejeros internos: nuestro ego (el diablillo) y nuestra alma (el ángel). El reto consiste en saber a quién escuchar…»
Hace unas dos semanas viajé por primera vez a Israel, un sueño que tenía pendiente desde hace años. Tel Aviv y Jerusalén me dejaron boquiabierto con su fusión de culturas y con la magia de miles de años de historia invadiendo cada rincón. Pero lo que más me llamó la atención del viaje no fue eso. No fue todo lo “grande” que descubrí. Al contrario, fue algo muy pequeño, algo en lo que muchas de las personas que estaban conmigo no repararon.
Durante una cena con amigos, apareció una mujer de unos cuarenta años acompañada de su hijo, de unos ocho. Ese niño era distinto. Creo que tenía algún tipo de parálisis cerebral, aunque no puedo especificar de qué se trataba. Iba en silla de ruedas, tenía problemas evidentes de movilidad y de comunicación. Se intuía una edad mental inferior a la física. Era extremadamente cariñoso con su madre y con los que le rodeaban. Todo aquel que le mostraba algo de cariño era recompensado inmediatamente con decenas de abrazos y risas. Le adorabas en menos de un minuto, y al mismo tiempo era bastante difícil lidiar con tanta intensidad constante. De repente, comenzaba a reír o a hablar muy rápido y fuerte, a no parar quieto… pero su madre estaba siempre ahí para contener la situación sin inmutarse ni un momento, mostrando amor incondicional desde la calma más absoluta.
Para que estuviese más tranquilo, su madre le trajo un libro de cuentos. Un libro que se notaba que estaba ya muy usado, en el que también podía colorear, dibujar y escribir. De repente, dejaba de estar nervioso y acelerado y se sumergía en esos cuentos que, desde fuera, se intuía que ya conocía perfectamente y que eran sus compañeros de viaje. La cara le cambiaba. Sonreía, se llenaba de felicidad. Cuando alguno de nosotros nos acercábamos para mostrar interés por lo que hacía, rápidamente comenzaba a leernos con ganas uno de los cuentos, aunque lamentablemente no pudiésemos entender nada porque nos hablaba en hebreo.
En un momento en el que el chaval estaba muy emocionado porque todos le estábamos prestando atención, su madre le preguntó si quería leernos su cuento favorito. Fue como si le hubiese tocado la lotería. Fue directo a una página que se notaba que estaba incluso más desgastada que el resto y nos empezó a leer, y casi a interpretar, el cuento de las dos voces. Su madre le iba acompañando y le hacía parar cada ciertas frases para poder traducir sus palabras al inglés, y que así le pudiésemos entender.
“Un niño, Shimon, estaba muy enfadado porque otro niño le estaba insultando y tratando mal, y esto hacía que, como todas las otras veces que era preso de su rabia y enfado, dos voces comenzasen a hablar al mismo tiempo en su cabeza.
La primera era muy rápida, potente y ruidosa, y le decía sin parar que él no se merece esto, que él tiene derecho a ser tratado mejor, que él no puede dejarse hablar así, que él, él, él… todo acerca de él.
La segunda voz, la voz del alma, era mucho más pausada que la primera, y hablaba de manera más suave, tanto que a veces era difícil escucharla en medio de los tremendos gritos de la primera voz, que ya estaba haciendo su trabajo. Sus consejos hablaban de lo que es mejor para todos, incluyendo el niño mismo, de cómo mejorar la situación globalmente, de cómo buscar una solución proactiva. Sin embargo, hay un reto en lo que dice el alma. Por lo general, lo que nos aconseja es más cercano a lo incómodo que a la comodidad que nos ofrece el diablillo.”
De acuerdo a la Kabbalah, esto es real, y constantemente vivimos en una perpetua discusión entre nuestros consejeros internos: nuestro ego (el diablillo) y nuestra alma (el ángel). El reto consiste en saber a quién escuchar. Para ayudar a un niño a entender el concepto, se le explica que ante una situación en que tenga que decidir, escuchará dos voces totalmente opuestas que vienen de su mente. Pero, si el niño aprende a escuchar a la segunda voz, podrá aprender a escuchar a su voz verdadera, la voz de su alma… en vez de la voz de su ego. La recompensa es impagable, aunque a veces cueste un poco más de esfuerzo que estallar ante los gritos de la primera voz.
He escuchado y leído esta historia cientos de veces en los más de 14 años que hace que la Kabbalah llegó a mi vida. Muchas veces se ha quedado simplemente en un cuento bonito de escuchar o para explicarlo a los niños de la familia. Otras veces ha tenido una importancia vital en mi vida, como cuando hace 5 años me dijeron que me iba a quedar en silla de ruedas y me di cuenta de que en mi cabeza convivían dos voces hablando al mismo tiempo: la que chillaba y me decía que ese destino era real e inexorable, y la sutil que me decía que había mucho que podía hacer para recuperar mi vida y mi salud. Por suerte elegí hacerle caso a la voz sutil (la mayoría del tiempo, porque muchas veces uno cae preso de la voz chillona, somos humanos).
Pero, esta vez, en Israel, en los labios de este pequeño aparentemente indefenso, aparentemente dependiente del exterior, es cuando cobró más realidad. Este pequeño confiaba plenamente, tenía certeza absoluta en esta historia. No podemos ver cuál es el cuadro completo de la realidad que vivimos, no podemos saber cuál es la misión de cada uno de nosotros en este mundo. A veces podemos preguntarnos, por qué un niño tiene que venir a este mundo con tantas dificultades, con tantos retos. De alguna manera, en ese momento, para mí estuvo claro que una de las misiones de ese pequeño es transmitirnos esta historia, para mí de vital importancia, no como un cuento, sino como una realidad incuestionable.
Te invito a esforzarte por escuchar siempre a esa segunda voz, a pesar de las dudas y el miedo.
Esclerosis múltiple:
Mi vida me estaba avisando de que algo no iba bien»
Por Jose Segurado
«Por supuesto que comer bien y dejar de lado las porquerías es muy importante. Pero también lo es que puedes comer todo el brócoli y el Kale ecológicos del mundo, pero si no estás bien contigo mismo esos superalimentos no van a poder hacer nada por ti»
Mi diagnóstico de Esclerosis Múltiple fue el punto de inflexión para un cambio de vida radical. No ha sido un camino fácil, pero tampoco tan difícil.
Testimonio de una esclerosis múltiple
Hace poco escuché que algunos coaches usan dos preguntas abiertas que les dan grandes resultados: “¿Qué tienes que hacer para sanar?” y “¿A qué le está diciendo “no” tu enfermedad?” Sus clientes comenzaban a abrirse, a hablar, y, en muy poco tiempo, ellos mismos hallaban sus propias respuestas. Ya lo sabían.
Y hoy, más de tres años después de que me diagnosticasen Esclerosis Múltiple, con más de treinta lesiones cerebrales, una de ellas de más de un centímetro de tamaño, y de que me dijesen que era muy probable que no pudiese caminar en seis meses, sé que ya sabía desde el primer momento dónde estaba la raíz de mi sintomatología.
Hablo de síntomas, no de enfermedad, porque nunca sentí en mi fuero interno que tuviese “una enfermedad” que hubiese “invadido” mi cuerpo, algo que viniese de fuera a apoderarse de mí, sino que, a pesar del terror inicial, una voz en mi cabeza muy tenue me decía que todo lo que me estaba pasando era el resultado de malas elecciones vitales, una detrás de otra, de un estado de estrés constante y de rabia acumulada ante la vida y ante mí mismo que, de alguna manera, me estaba lesionando, me estaba atacando. Literalmente. No sé exactamente cuál fue el mecanismo, pero textualmente sentía que esa rabia era la que estaba haciendo que sintiese mi cabeza a punto de estallar.
Un sinfín de síntomas me empujó a ir a urgencias a hacerme pruebas, sabía que algo no iba bien. En el transcurso de un mes me comencé a orinar encima, a no poder tener relaciones sexuales, a perderme en la calle, a no tener equilibrio, a no poder leer ni estudiar, a tener partes del cuerpo dormidas (una pierna, un brazo, y un círculo en la parte izquierda del torso). Pero algunos de estos síntomas, por separado, ya me habían llegado en años anteriores a ese “gran brote”.
Era como si la vida me estuviera avisando desde hacía tiempo de que algo no iba bien en mi vida, de que no la estaba encauzando por donde quería, de que no estaba viviendo mi propia vida, la que yo quería, y no la vida de otros, la que todos (la sociedad, el sistema, la familia, mis creencias…) me estaban diciendo que tenía que seguir. Pero yo hice caso omiso a todas esas “señales” (ahora estoy convencido de que eso es lo que eran, aunque mis afirmaciones no puedan ser estudiadas ni medidas en estudios clínicos). Y como no quería escucharme, como no quería hacer caso a esos síntomas/señales/pistas, la vida me “regaló” una bofetada con la mano bien abierta, algo que me hizo mucho daño, pero al mismo tiempo me hizo despertar de ese letargo en el que se había convertido mi vida.
Por suerte, en el mismo momento del diagnóstico, a pesar del miedo y la desesperación, ya sabía (aunque fuese de una manera muy tenue y a una intensidad muy baja) que aquel momento se trataba de un punto de inflexión en mi vida. Que o me hundía en el “efecto nocebo” que me estaban anunciando y mi vida se precipitaba hacia una silla de ruedas o bien “decidía” empezar a escuchar las señales que me estaba dando la vida y a hacer cambios para ir redirigiéndola hacia donde quería.
Cómo superé la Esclerosis Múltiple
No ha sido un camino fácil, pero tampoco tan difícil. Se trata de ir haciendo cambios, uno cada vez, todo suma. Todo lo que necesité lo encontré buscando en Internet y leyendo mucho. “¡No busques en Internet ni leas nada!”, me advertían siempre las fuentes oficiales. ¡Bendito Internet!
1. Un cambio de dieta
A grandes rasgos, primero una dieta en su mayor parte vegetariana, con algo de pescado pequeño salvaje, brotes, germinados, frutos secos, algo de cereal… Más tarde volví a incorporar carnes de calidad, con pequeñas modificaciones según las estaciones, lo que voy aprendiendo, lo que me apetece…
Para mí la dieta hace que tu cuerpo esté en sus máximas posibilidades para que esté siempre preparado para protegerse y repararse a sí mismo, que creo que es la función principal y natural del organismo. Que el cuerpo esté bien para que tú mismo te dediques a resolver lo que tienes que resolver. Tú mismo, nadie más.
1. Meditar
Le siguió la meditación. O hacer silencio. Ahora está tan de moda el mindfulness que parece que estemos descubriendo algo nuevo, y nada que ver. Se trata de estar atento, enfocado en una cosa simplemente.
Hay tantas formas de hacerlo como personas en el mundo, descubre la tuya. Puede ser centrarte en la respiración, estar contigo mismo, escuchar música, leer, fregar los platos, rezar…
Dedicar toda tu atención a una sola cosa, con ganas, con pasión. Esto hace que se equilibren tus dos hemisferios cerebrales, el derecho y el izquierdo, que lo creativo haga las paces con lo racional, que la intuición fluya, que las respuestas y las decisiones correctas “para ti” lleguen más fluidas.
¿Por qué no se enseñan un par de horas de meditación en las escuelas? Fácil, económico, y se eliminarían de un plumazo muchos de los problemas que nos afectan como adultos.
Sobre los efectos altamente positivos de la meditación sí que hay muchos estudios realizados. ¿Será que no interesa? ¿Será que es tan efectivo a asusta? ¿Qué pastilla consigue tales efectos de manera gratuita? Ninguna.
3. Adiós a las emociones negativas
Le tocaba el turno a acabar con la rabia, la agresividad, la ira, el enfado y el estado de victimismo. Todo lo de afuera era responsable de lo que me pasaba, de mis problemas, de mis malas decisiones, del caos en mi vida… Todo, menos yo.
Para acabar con este estado no tengo trucos mágicos, pero sí grandes aliados: darme cuenta de que tenía que salir de ahí, recurrir a mis amigos, ver películas que me hiciesen reír, ir al gimnasio, nadar, bailar, pasar tiempo con animales, plantas, niños, audios de Louise Hay, conectar con la naturaleza y la vida, hacer el amor… lo que funcione para ti.
Hay cosas que te hacen sentir bien y otras que te hacen sentir mal. Es nuestro GPS emocional, el que todos llevamos dentro, así que es “tan fácil” como elegir lo que te hace estar contento, feliz. Sólo eso. Pero muchas veces no nos damos permiso para disfrutar y sentirnos bien. Craso error.
4. En busca de mi camino
Y llegó el momento de pensar con un poco de claridad qué quería hacer con mi vida. ¡Qué miedo! ¿Qué quería en realidad? Si supiese que iba a morir en unos meses, ¿qué querría haber hecho con mi vida? ¿Querría haber estado encerrado en una oficina todos los días de mi vida?
No quiero ofender a nadie, si es lo que te gusta, adelante. Pero a mí no me hacía feliz. Y ahora creo que lo único, lo más importante en la vida es la búsqueda de nuestra felicidad, para lo que estamos vivos.
Y poco a poco todos los síntomas desaparecieron. Nunca me dieron medicación. No hay nuevas lesiones. Y sé que todo está bien. Ahora soy feliz, antes no lo era.
“¿Qué es lo más importante?”, me preguntan.
Siempre digo que es un “todo”. Pero hoy me doy cuenta de que para mí hay algo que tiene más peso. Hoy sé que la última parte es la más importante.
Por supuesto que comer bien y dejar de lado las porquerías es muy importante. Pero también lo es que puedes comer todo el brócoli y el Kale ecológicos del mundo, pero si no estás bien contigo mismo esos superalimentos no van a poder hacer nada por ti.
Podría hablar largo y tendido de alimentación saludable, suplementos, fitoterapia y plantas medicinales (hice un curso anual sobre plantas medicinales y es un mundo fascinante), de qué va bien para los diagnósticos autoinmunes. Pero no lo voy a hacer por varios motivos.
Hay gente que ya lo hace muy bien y tenemos a nuestra disposición toda la información que necesitemos. Y porque, además, siento que por parte de los mal llamados “pacientes” (esta palabra implica que no tienen un papel activo en el proceso que están viviendo) hay una tendencia a escudarse detrás de estas directrices.
Buscamos constantemente qué es bueno y qué es malo para una condición. Esto “sí” y esto “no”. Nos ponemos una etiqueta de “enfermo de” o de “luchador contra”.
Y me viene a la cabeza la imagen de un ente extraterrestre que se ha apoderado de nuestro cuerpo y tenemos que tomar determinados brebajes, pastillas, o lo que sea, para aniquilarlo. Cuando alguien me dice “tú eres un ejemplo de cómo luchar contra” quiero empezar a rebatir.
Luchar contra nada, hacer las paces con uno mismo. Si luchas te agotas y eso lleva a la enfermedad. Sería la “respuesta de estrés”. Si haces las paces estarás mucho mejor contigo y harás que tu cuerpo se ponga en marcha para auto-repararse, que es lo que está preparado para hacer (la “respuesta de relajación”). Él sólo, sin que tengamos que enseñarle nada, sin gastarnos cientos de euros.
Ser agradable, ser bueno contigo mismo, ser tu mejor amigo y escucharte es “lo más importante”. Una enfermedad autoinmune significa que tu cuerpo se está atacando a sí mismo. ¿En serio? El cuerpo humano está hecho para cuidarse y repararse constantemente, tenemos una capacidad de auto-reparación increíble. ¿Por qué necesitaría atacarse? No tiene sentido. Mi cabeza y mi corazón no dejaban de decirme que no tenía lógica.
Fue empezar a escucharme y todo fue cambiando. No de la noche a la mañana ni un cambio radical. Pero sí cambio a cambio, paso a paso, “escucha” a “escucha” se iba transformando lo que parecía inamovible. E igual que mucho “no escuchar” creó una enfermedad (yo sé que esto es así, lo he vivido en mis propias carnes y ningún profesional puede decirme lo contrario), ir escuchándote cada día es capaz de ponerlo todo en su sitio.
No obstante, cuando ya hace tiempo que creo que lo tengo todo “bajo control”, aparece algún nuevo aspecto de mi vida donde me doy cuenta que no soy del todo fiel a mismo. Y tan pronto como decido ser sincero, “¡pum!” algo cambia dentro de mí y me dice: “ahora sí, por aquí es por donde tienes que ir”. Cosas que ya sabía desde mi infancia y que, no sé por qué, me empeñaba en acallar o en obviar. La esencia no se puede obviar.
Ser como somos realmente, perfectos como somos ya desde nuestros primeros movimientos, no se puede obviar, no se puede enterrar. Cuando veo a mis pequeños ahijados, tan diferentes entre ellos y tan únicos, pienso: “ya está, ya sois completos, ya sabéis qué os gusta, ya sabéis en qué sois buenos, ya sois únicos y perfectos.”. Y les digo que no lo olviden nunca.
Hay gente que me da mucha envidia porque siempre han tenido muy claro quiénes son y qué quieren. Bueno, creo que todos lo tenemos claro, pero ellos lo escuchan y se hacen caso. Y creo que los que hemos tenido en alguna ocasión un diagnóstico autoinmune coincidimos, en una inmensa mayoría, en tener una personalidad demasiado estricta, “machacona”, hemos sido demasiado responsables y trabajadores y hemos prestado muy poca atención a honrarnos a nosotros mismos.
Menos es más. Bajo mi punto de vista, según mi experiencia (que más de tres años después del 27 de Mayo de 2014, cuándo mi vida “aparentemente” se vino abajo, creo que es muy valiosa), creo que es “tan fácil” como volver a la esencia. Hacer lo que queremos y lo que nos hace felices, sin cuestionárnoslo.
Y no me digáis que no sabéis qué es. No me lo creo. ¿A qué jugabas de pequeño? ¿Con qué disfrutabas en el cole? ¿Y en el patio, en casa, en tu tiempo libre? Rescátalo, aplícalo, y empieza a ver resultados. Sólo tú lo puedes saber y experimentar. Es mucho más fácil de lo que parece. No es física cuántica. Es vivir. ¿Se nos ha olvidado? Pues os invito a recordar.